“La estación en los siglos XIX y XX, era uno de los lugares neurálgicos del pueblo. En el viaje inaugural del ferrocarril, el primero de Marzo de 1871, este arribó con la máquina empavezada con pabellones celestiblancos, pitando en forma prolongada y avanzando ruidosamente entre nubes de vapor…» Fragmento del libro «Hechos y hombres de Ranchos». Sixto Fredes 1981.
Su edificio más importante, de techo a dos aguas, aspecto chato y construcción maciza constaba de un amplio andén en el que todavía se alza un tablero que sobre fondo negro, con letras blancas destacando el nombre Ranchos, tan caro a todo el vecindario. Nombre que pese a habérsele cambiado al partido y al pueblo por el de General Paz (restituido a este último en 1971), allí continuó siempre inalterable.
Contaba además con varios galpones, casas para los ferroviarios, un bello jardín con una atractiva fuente, un elevado tanque de agua y las correspondientes torres ferroviarias.
Durante muchos años fue el punto de cita de los vecinos, sobre todo los domingos por la tarde, siendo el paso del tren el pretexto para allí encontrarse.
Con la llegada del tren, las carretas y diligencias ya no rodaron al ritmo del caballo criollo y las pulperías de campaña vieron mermado el concurso de parroquianos, pues este “monstruo de acero” vendría a marcar otras rutas y principalmente una etapa decisiva en el progreso económico y material del pueblo.
Entre trenes de carga y pasajeros llegaron a circular de 30 a 40 por día. Ese fluido tránsito con el tiempo y la llegada del asfalto y otros medios de transporte favorecidos por otros intereses, se vio reducido al mínimo hasta que en 1992 pasó el último tren y en 1993, la estación se cerró definitivamente.
En la actualidad, su infraestructura y adyacencias, que de un estado de abandono ha pasado ser calamitoso, reclaman que ese pedazo de historia se recupere y no se tenga que esconder al turista y viajeros que nos visitan.